jueves, 19 de agosto de 2010

'El Ñato', el duende del tablero

Por Orlando Javier Benítez Quintero
Parece un duende que se refugia tras la oscuridad y los números del tablero del estadio de béisbol 18 de Junio de Montería. Un hombre anónimo que hace visibles los resultados para los fanáticos de la pelota caliente que disfrutan en las graderías.
Para los que no saben, las bolas, los strikes, los outs, las carreras y todos los números blancos del viejo tablero no cambian solos y tampoco los manipula un sistema electrónico. Desde hace 27 años quien corre de un lado a otro y de arriba a abajo por el interior de la ya podrida estructura de madera, zinc y cemento es Luis Felipe Martínez Pimienta, más conocido como ‘El Ñato’, a quien nada más hay que ver para saber el por qué del apodo.
Un día dejó de corretear las bolas que superaban la cerca del estadio -su primer trabajo en el mundo del béisbol fue el de recoge bolas- se ganaba unos cuantos centavos por recuperar las esféricas. Se capacitó y rápidamente se hizo el tablerista oficial del máximo escenario del béisbol en Córdoba. Recuerda con especial aprecio a ‘El Curro’ García, quien es el responsable de que ‘El Ñato’ esté hoy sentado entre números, detrás de los jardines del estadio 18 de Junio. "Él era el presidente de la Liga de Béisbol de Córdoba y fue el que me permitió entrar a este tablero en el que llevo ya muchos años", dice agazapado en un rincón de la que es su casa cada vez que hay béisbol. Mientras no pierde detalle de las jugadas que se dan en el juego, este personaje no acepta dudas sobre su precisión a la hora de reportar las anotaciones y dice con autoridad: "yo no me equivoco. La experiencia no se improvisa".
Con la misma firmeza que defiende la fidelidad de los datos que cuelga en cada juego, ‘El Ñato’ manifiesta que no recuerda haber faltado a ningún partido de béisbol en el 18 de Junio, desde la fecha en la que se hizo tablerista.
Recuerda que la primera vez que se paró detrás de ese cuadro negro fue en un juego del béisbol departamental, cuando en Córdoba la pelota despertaba aún más pasión y cuando el estadio se llenaba hasta las banderas todos los fines de semana. Sin embargo, no puede acordarse con exactitud qué equipos se enfrentaron aquella tarde hace 27 años. "Es que esos domingos se jugaban varios partidos aquí en el estadio", dice queriendo justificar su olvido.
Describe su singular oficio como "muy complicado" porque "hay que correr de un lado a otro, ser preciso y saber de béisbol", señala. "Yo en realidad soy un auxiliar del anotador oficial e igual que él debo saber cuando la jugada es hit, cuando es error, estar pendiente cuando el árbitro canta bolas y strikes para seguir bien el conteo entre pitcher y bateador", cuenta ‘El Ñato’ sin dejar de indicar que lo más duro es llenar manualmente el resumen final, es decir, donde quedan consignados las estadísticas (hits, bolas, turnos al bate y demás). Para cumplir bien con su tarea maratónica requirió del apoyo de otras personas. "Antes yo tenía dos asistentes, pero la cosa se puso mala y ahora solo tengo uno". Habla de Gustavo Lara Martínez, su sobrino, quien lo acompaña desde hace 17 años en el tablero.
Afortunadamente, dice, "llevo el béisbol en la sangre" y como a cualquier aficionado lo emociona una buena jugada y celebra, allá donde nadie lo ve, cuando el equipo de casa gana o hace una buena jugada. También sufre cuando le toca colgar los datos de una derrota.
Recuerdos
Como tiene alma de aficionado dice que le gustan los Yankees de Nueva York y su razón es sencilla: "porque son los mejores". Pero así mismo recuerda novenas del béisbol doméstico como Cardenales, Universidad de Córdoba y Droguería Olímpica, de Lorica, según él, de los mejores equipos que jugaron en el béisbol departamental.
Sin embargo, el episodio más feliz que casi termina en tragedia familiar le ocurrió el 24 de Julio de 1988, cuando Córdoba le ganó la final nacional a Bolívar. "Eso fue muy emocionante había mucha gente aquí en el estadio, no cabía ni un alfiler. Todos saltamos, festejamos cuando se cogió el último out para que ganara Córdoba y fue tanta la emoción que a mi sobrino, que ya me estaba ayudando a anotar, estuvo a punto de darle un paro cardíaco", cuenta entre risas.
Así también rememora momentos y marcas históricas de las que ha sido testigo de primera mano. "Un norteamericano que jugaba para el equipo Café Universal, en el campeonato profesional, metió la bola hasta el tablero. Entró por el cuadro del sexto inning, fue algo impresionante, que nadie ha repetido. El jonrón más grande que he visto en mi vida", narra mostrando el lugar por donde entró esa bola como misil, la cual guarda con recelo en su casa.
Así también menciona los que para él han sido los mejores jugadores que ha visto en su estadio. Abel Leal, de Bolívar; los americanos Mike Chapenson y Van Hayen, y los venezolanos Juan Francia y Javier Colina, están en su ‘line up’ (nómina).
‘El Ñato’ dice que no está entrenando a nadie en el arte de manejar el tablero porque él todavía tiene cuerda para rato. Tampoco lo asusta la remodelación a la que será sometida su casa (el estadio), más bien lo emociona porque va a estrenar tablero.
Así como los duendes cuidan de los bosques, Luis Felipe Martínez Pimienta, cuida de los resultados en el tablero, detrás, también de los bosques (o jardines) del campo.

miércoles, 4 de agosto de 2010

La medalla de Nicanor Camacho está en el fondo del Sinú



-Camacho fue el primer campeón centroamericano de boxeo que tuvo Córdoba.

-A Nicanor Camacho lo pasearon en un carro de bomberos y le prometieron una casa y un trabajo que todavía espera.

Por Orlando Benítez Quintero
"¡Vamos, vamos, mete esa derecha bien, con ganas, no dobles el cuerpo, no pares!". Con la autoridad que le da haber sido un hombre golpeado por el boxeo, Nicanor Camacho Morelo, el primer campeón Centroamericano y del Caribe que tuvo el departamento de Córdoba, reparte indicaciones desde una orilla del ring del gimnasio del coliseo Miguel ‘Happy’ Lora.
Allí -donde él también se hizo peleador- está todas las tardes, más pesado, con la experiencia reflejada en sus canas y con muchas ganas de aconsejar a quienes persiguen la gloria en los cuadriláteros. "Yo les recomiendo cosas para que mejoren, si les gusta bien y si no también. Lo que pretendo es que no les falte un consejo en las derrotas, como me pasó a mí. A eso vengo todos los días", dice mientras sigue gritándole a Ever Bravo, una de las promesas del boxeo colombiano, quien se mueve frente al espejo.
En ese mismo lugar recuerda sus inicios en el barrio Sucre, la gloria de un paseo en la máquina de bomberos, las promesas que sigue esperando se cumplan y del triste final de su carrera.

Fritos por trompadas
Tenía 14 años de edad y trabajaba vendiendo las empanadas que su mamá hacía para sostener a su familia, cuando conoció a ‘Tico’ Correa, el único que tenía televisor en el barrio Sucre, de Montería, y quien terminó siendo el culpable de que el pequeño Nicanor fuera boxeador.
"Cuando yo regresaba del centro con los fritos que nunca terminaba de vender, ‘Tico’, quien era un aficionado al deporte, me decía que me compraba todo lo que me había sobrado con la condición de que me pusiera unos guantes, que él tenía, e hiciera sombra en unos espejos que había en su casa", cuenta alegremente Nicanor.
Aquello no le hacía mucha gracia a la vieja Faustina Morelo, su mamá, quien se las pillaba todas. Se daba cuenta que su hijo llegaba cansado y con uno que otro moretón, pero con la plata de los fritos completa.
"Me daba unas tundas, que pa’ qué te cuento. Afortunadamente estaba mi abuela, Dolores Flórez, quien me defendía", relata entre carcajadas.
Se cansó de que donde ‘Tico’ le dieran duro porque no sabía la técnica de boxeo, decidió tomar el tema en serio e irse a entrenar al coliseo, el mismo que hoy se llama Miguel ‘Happy’ Lora, por encima de la fuerte oposición de su mamá.
"Salía todas las tardes trotando desde mi casa hasta aquí (el coliseo) a ponerme a disposición de Mario León, Pedro Vanegas y Manuel Álvarez, quienes fueron mis primeros entrenadores", cuenta.

Golpes de oro y decepción
Con su técnica ya depurada, sus entrenadores decidieron echarlo a la arena para su primer combate como aficionado. Fue uno de los teloneros de una velada profesional en la que estuvieron estrellas de la época como ‘Barbulito’ Zuluaga. Esa fue una noche de 1970 y su rival César Sanez, perdió con él por decisión. Empezó con pie derecho una carrera trajinada pero corta, al final de cuentas.
Se hizo imbatible a nivel local, no había quien le ganara, tanto así que conquistó cinco veces el título departamental y representó a Córdoba en varios campeonatos nacionales en los que brilló con luz propia. Se coronó campeón de los medianos junior (69 kilogramos) en certámenes celebrados en Cartagena, Cali, Montería y San Andrés.
Luego de ganar su quinto cetro nacional en la isla de San Andrés, lo llamaron para que hiciera parte de la Selección Colombia de Boxeo, que afrontaría varios compromisos importantes, entre ellos, los Juegos Centroamericanos y del Caribe que se realizarían a mediados de 1975 en Ciudad de Guatemala.
No tuvo problemas para superar a rivales guatemaltecos, panameños y cubanos, para llegar a la gran final contra el puertorriqueño José Cruz, a quien superó 5-4 bañándose de gloria y colgándose una medalla de oro inolvidable pero olvidada, la primera de un púgil nacido en las tierras sinuanas en un certamen Centroamericano y del Caribe, la misma que hoy reposa en algún lugar del fondo del río Sinú, lanzada por Nicanor en un momento de desesperanza posterior.
Llegó a Montería, lo pasearon por las calles sobre una máquina de bomberos y el Alcalde en ese entonces de apellido Guzmán Padrón –según él mismo recuerda- le prometió una casa y un trabajo. "Todavía los estoy esperando", dice. Por ello reconoce que se volvió un resentido con la dirigencia de este departamento. "No le creo a nadie porque todavía, 35 años después, vivo pagando arriendo", dice sin esconder su rabia.
Luego del título en Guatemala fue preseleccionado para el equipo colombiano que buscaría un cupo para los Juegos Olímpicos, pero antes de decidirse a seguir el sueño olímpico, sucumbió ante la tentación del dinero. "Me pusieron sobre la mesa 50 mil pesos, un motón de plata en ese tiempo, para que diera el salto al profesionalismo y no me resistí a la oferta", explica.
Hizo en su carrera como amateur 265 peleas, recorrió buena parte de Centroamérica y el Caribe, participando en Campeonatos como el de Córdoba-Cardín y Cienfuegos, en Cuba; y otros torneos internacionales en Panamá, Venezuela y Puerto Rico.

No soportó la derrota
Luego vino una corta incursión de Nicanor al boxeo profesional, realizó 26 peleas, con 21 nocauts, un empate y tres derrotas, las mismas que no soportó y lo llevaron a su prematuro retiro.
Debutó enfrentando a Adalberto Vanegas, en Montería y ganó por decisión en 15 asaltos. Después enfrentó a ‘El Rudo’ Arias, un nicaragüense al que venció en su ciudad natal. También se enfrentó al dominicano Jesús ‘Pecho’ Castro, a quien despojó del título Centroamericano.
Estuvo ranqueado entre los primeros de la Asociación y del Consejo Mundial de Boxeo y fue allí cuando tuvo la oportunidad de irse al exterior por una pelea clasificatoria contra el tejano Tony Ayala a quien dice: "le metí una paliza, pero fue a él a quien le levantaron la mano". Vino luego otro revés contra ‘El Cabezón’ Gómez, en Puerto Rico, pero pudo levantar la cabeza y volver a estar clasificado cuando meses más tarde le ganó por nocaut a Gutiérrez -no recuerda el nombre- un púgil norteamericano.
Entonces vino otra oportunidad de una pelea clasificatoria, fue en Sudáfrica, ante Charles Weiss, quien lo derrotó por decisión y acabó con su carrera en el acto.
"Tenía unos 30 años y no soporté las derrotas, no hubo nadie que me dijera que aún tenía condiciones para seguir. Hoy, sé que las tenía", explica nostálgico Nicanor.
Con la plata que se ganó compró una volqueta y con ella pudo seguir sosteniendo a sus seis hijos, dos de los cuales siguen sus pasos en el boxeo.
Cuenta que hubo momentos de desespero y crisis como la del día en que se cansó de esperar que lo premiaran por sus logros. Cogió la caja donde guardaba la medalla centroamericana y sus trofeos, se paró en el centro del puente metálico y los tiró. "Casi me tiro yo, pero recapacité y afortunadamente mi familia me tendió la mano".
Esta tarde está en el lugar de siempre, el gimnasio del coliseo donde pulió su potente pegada, allí sentado en una banca sigue esperando la casa y el trabajo prometido.